domingo, 23 de febrero de 2014

Mi meta

Mi vida desde nunca ha sido fácil, nací cuando mi madre murió, no llegué a conocer nunca a mi padre ni sé que ocurrió con él, ahora estoy internada en un orfanato, aquí nunca conozco a nadie, a quien conozco acaba siendo adoptado, nunca he tenido esa oportunidad y desconozco el porqué, últimamente como poco, he adelgazado demasiado quizás, pero creo que eso no es nada fuera de lo normal, solo necesito comer un poco más. Casi he cumplido los quince años, catorce son los que llevo internada en el orfanato, catorce años de soledad y frialdad.
Sonó el timbre, recogí mi material rápido y lo coloqué en la cartera, me levanté lentamente y esperé a la fila para salir.
-Hola Vero.
-Hola.
-Te veo desanimada.
-Posiblemente lo esté.
Se calló, sabe que en esos momentos debe guardar silencio, en este orfanato cualquier problema se aguarda en silencio, posiblemente el problema de todos sea el mismo, o no. Me desaté los zapatos y me acosté sobre la cama. Estaba hecha polvo, no había hecho nada demasiado cansado para ello, aun así me sentía sofocada. Cerré los ojos, poco a poco y me zambullí en un profundo sueño. Me desperté con los gritos del pasillo, me fui desperezando lentamente, finalmente estiré los brazos y me dispuse a levantarme. Me dolía mucho el cuello, quizás por la postura tomada tras la siesta, moví el cuello en varias direcciones para intentar disminuir el dolor, cogí mis llaves de la habitación y me bajé a una salita donde me prepararon un chocolate caliente, en realidad no tenía hambre, pero debía comer algo. Marina, mi compañera de habitación, se sentó al lado mío. Estuvimos hablando durante un buen rato. Cuando se marchó me dispuse a mirar por la ventana, ese era mi modo de relajarme, mirar y ver a la gente correr de un lado para otro, con un posible rumbo fijo, una manta blanca cubría todo, los árboles estaban adornados con lucecillas de muchísimos colores, era navidad, pero nunca había disfrutado de ella, nunca había recibido un regalo de una persona querida, de alguien que yo crea que me quiera, que le agrade estar conmigo, nunca. Este pensamiento me hizo desanimarme, esperaba que estas navidades fueran distintas, más felices quizá, llevo muchos años esperando a alguien que quiera hacerse cargo de mi pero cada vez pierdo la esperanza, dicen que es la última que se pierde, pero yo casi la he perdido ya. Pronto empezarían las vacaciones de Navidad, se cantarían villancicos y se adornaría el centro con guirnaldas y árboles de navidad, pero allí nadie regalaba nada, ni había cenas navideñas como dicen que hay fuera del orfanato, ni fiesta de año nuevo.
La madre Asunción me llamó para que me acercase a dirección. Cuando llegué allí se encontraba el director, la madre Asunción y dos personas que desconocía, todos estaban serios y la madre Asunción se encontraba pálida.
-Verónica.-Añadió el director haciendo una pausa larga.-Posees una enfermedad.
Mi rostro empezó a palidecer, mis ojos se abrieron mucho y se me formó un nudo en la garganta.
-Posees leucemia.
Sabía que enfermedad era, una compañera de habitación la tuvo, la conocí a los ocho años, me dijo que era una enfermedad muy grave y que ella debía de irse al hospital urgentemente. Me acuerdo que cuando me lo dijo no me lo quise creer, era la única persona que había conocido aquí, lloré muchísimo tras su marcha. Y ahora esa enfermedad la poseía yo, es decir nunca lo había pensado. Ahora mis ganas de llorar eran enormes, no sabía si contenerme o si llorar ahí mismo.
-Mañana temprano te trasladarán al hospital, recoge tus cosas.
Asentí con la cabeza, me levanté y salí por la puerta, ya no podía más, empecé a llorar, llorar como nunca lo había hecho antes, me senté en el suelo, respiré hondo varias veces como nos habían enseñado en una clase de autocontrol. Saqué un pañuelo del bolsillo, me limpié las lágrimas y me levanté lentamente, sin prisa caminé hacia mi habitación, no había nadie en ella, saqué la maleta y metí mis cosas con parsimonia, una vez recogidas me acosté en la cama, me despertaron por la mañana la chica y el chico que se encontraban en dirección, le conté a Marina lo que me había ocurrido, me despedí de ella y salí del orfanato. Me monté en un coche y nos dispusimos a ir al hospital.
-¿Cómo murieron tus padres?- Me preguntó la chica.
-Mi madre murió en el parto, mi padre supongo que se habría separado de ella al saber que estaba embarazada, de él no me dijeron nada.
-Mis padres también murieron.-Dijo.- Los dos murieron en un accidente de coche.- Vi cómo caía una lágrima por sus mejillas, guardé silencio.
-Lo siento.- Dije.
Llegué al hospital, me enseñaron la habitación, una sala blanca completamente, poseía una camilla, un armario y no contenía ventanas, me contaron un poco la enfermedad, cómo habían sabido que la poseía, me dijeron los tratamientos, los efectos secundarios, etc. Una vez acabaron, la chica, me acompañó de vuelta a la habitación, estuvimos hablando un rato. Por la noche volvió a la habitación.
-Yo también fui huérfana- Me aseguró – Poseí cáncer y me trasladaron al mismo hospital donde tú te encuentras ahora, fueron años muy duros, pensaba que iba a morir, pero estoy aquí contándote la historia en pasado, superé la enfermedad al cabo de mucho tiempo, el día que me dieron el alta, tenía ya veinticinco años, mi infancia la había vivido entre las paredes del hospital, las únicas personas que había llegado a conocer eran enfermeras y enfermeros dispuestos a estar ahí en cualquier momento, algunos eran más simpáticos que otros. Aún recuerdo el día que salí del hospital, llevaba un gorrito de lana para ocultar la calva, con la que ya me había acostumbrado a vivir, corría por las calles de la ciudad, con los brazos extendidos, sonriendo, respirando hondo, cuando me cansaba, me paraba, me sentaba en un banco bebía agua y volvía a correr, me daba igual que me miraran, era libre, me daba igual todo, ese mismo día decidí irme a vivir a una casita en medio de la montaña, para poder respirar aire puro, y así lo hice, creo que fue un día memorable, la casa contenía una piscina, cuando me sumergí en ella no sabía nadar, nadie me había enseñado, decidí ponerme metas, aprender a nadar, encontrar trabajo, casarme, hacer un grupo de amigos, ir a la universidad, etc… pero fui lentamente, me apunté a clases de natación, encontré trabajo en un supermercado donde encontré al amor de mi vida y me hice un gran grupo de amigos, mientras estudiaba enfermería, decidí ayudar a niños y niñas con enfermedades graves, conseguir salvarlos como me salvé yo, conseguir sacar una sonrisa, que pudieran vivir la infancia, y yo te he elegido a ti quiero conseguir que seas feliz y sé que lo vamos a conseguir.-Se emocionó.
-¿Vamos?
-Si tú eres la que quiere vivir, tienes que creer que puedes, eso es lo que hace que todos los medicamentos hagan efecto, la fe de que vas a salir adelante y la positividad siempre.
-Vale, saldré adelante con tu ayuda y con la mía. – Dije sonriendo.
-Buenas noches Verónica.
-Llámame Vero, dije entornando los ojos y susurrando.
-Buenas noches Vero.- Y se marchó
Al día siguiente vino con un gran desayuno, leche, fruta, alguna que otra bollería y dos tostadas, charlamos durante un rato y se marchó. Por la tarde volvió a venir, trajo todos los medicamentos e inyecciones que me tocaban ese día, no me resistí a nada, quería ayudar, así que me lo tomé en silencio. Por la noche vino a darme las buenas noches, me contó parte de su vida, la que había vivido con sus padres, etc. Y se marchó.
Así pasaron casi cinco años, ya me había acostumbrado a carecer de pelo y a otros efectos secundarios, ya tenía veinte años casi veintiuno, esta tarde llegó un médico y Sabrina, la enfermera que había estado allí todo este tiempo, venían sonrientes, esperaba buenas noticias, Sabrina tenía los ojos rojos se notaba que había llorado, aun así seguía igual de preciosa que siempre.
-Vero.-Dijo Sabrina.- Te voy a echar de menos.
Sabía a qué se refería, empecé a llorar, pero en este caso de emoción, este era el punto meta, me levanté, le di un abrazo infinito.
-Gracias.
-A ti.
Salí corriendo a preparar la maleta, en tres segundos estaba lista, vestida, con un gorrito de lana que me había regalado Sabrina, el gorro que ella había llevado al salir, me lo regaló en un cumpleaños, me dijo que sabía que me iba a hacer falta hace casi cinco años ya, no estaba equivocada, era el día más feliz de mi vida, recordé lo que me había dicho ella y sí, corrí todas las calles con los brazos extendidos, con los ojos entornados, disfrutando el mundo. Me compré una casa en el monte, con piscina, aprendí a nadar, encontré trabajo, fui a la universidad, estudié enfermería, ella me dijo que así fue feliz, y yo quería ser feliz del mismo modo.

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