Mi meta
Mi vida desde nunca ha sido fácil, nací
cuando mi madre murió, no llegué a conocer nunca a mi padre ni sé que ocurrió
con él, ahora estoy internada en un orfanato, aquí nunca conozco a nadie, a
quien conozco acaba siendo adoptado, nunca he tenido esa oportunidad y
desconozco el porqué, últimamente como poco, he adelgazado demasiado quizás,
pero creo que eso no es nada fuera de lo normal, solo necesito comer un poco
más. Casi he cumplido los quince años, catorce son los que llevo internada en
el orfanato, catorce años de soledad y frialdad.
Sonó el timbre, recogí mi material rápido y
lo coloqué en la cartera, me levanté lentamente y esperé a la fila para salir.
-Hola Vero.
-Hola.
-Te veo desanimada.
-Posiblemente lo esté.
Se calló, sabe que en esos momentos debe
guardar silencio, en este orfanato cualquier problema se aguarda en silencio,
posiblemente el problema de todos sea el mismo, o no. Me desaté los zapatos y
me acosté sobre la cama. Estaba hecha polvo, no había hecho nada demasiado
cansado para ello, aun así me sentía sofocada. Cerré los ojos, poco a poco y me
zambullí en un profundo sueño. Me desperté con los gritos del pasillo, me fui
desperezando lentamente, finalmente estiré los brazos y me dispuse a
levantarme. Me dolía mucho el cuello, quizás por la postura tomada tras la
siesta, moví el cuello en varias direcciones para intentar disminuir el dolor,
cogí mis llaves de la habitación y me bajé a una salita donde me prepararon un
chocolate caliente, en realidad no tenía hambre, pero debía comer algo. Marina,
mi compañera de habitación, se sentó al lado mío. Estuvimos hablando durante un
buen rato. Cuando se marchó me dispuse a mirar por la ventana, ese era mi modo
de relajarme, mirar y ver a la gente correr de un lado para otro, con un
posible rumbo fijo, una manta blanca cubría todo, los árboles estaban adornados
con lucecillas de muchísimos colores, era navidad, pero nunca había disfrutado
de ella, nunca había recibido un regalo de una persona querida, de alguien que
yo crea que me quiera, que le agrade estar conmigo, nunca. Este pensamiento me
hizo desanimarme, esperaba que estas navidades fueran distintas, más felices
quizá, llevo muchos años esperando a alguien que quiera hacerse cargo de mi
pero cada vez pierdo la esperanza, dicen que es la última que se pierde, pero
yo casi la he perdido ya. Pronto empezarían las vacaciones de Navidad, se
cantarían villancicos y se adornaría el centro con guirnaldas y árboles de
navidad, pero allí nadie regalaba nada, ni había cenas navideñas como dicen que
hay fuera del orfanato, ni fiesta de año nuevo.
La madre Asunción me llamó para que me acercase
a dirección. Cuando llegué allí se encontraba el director, la madre Asunción y
dos personas que desconocía, todos estaban serios y la madre Asunción se
encontraba pálida.
-Verónica.-Añadió el director haciendo una
pausa larga.-Posees una enfermedad.
Mi rostro empezó a palidecer, mis ojos se
abrieron mucho y se me formó un nudo en la garganta.
-Posees leucemia.
Sabía que enfermedad era, una compañera de
habitación la tuvo, la conocí a los ocho años, me dijo que era una enfermedad
muy grave y que ella debía de irse al hospital urgentemente. Me acuerdo que
cuando me lo dijo no me lo quise creer, era la única persona que había conocido
aquí, lloré muchísimo tras su marcha. Y ahora esa enfermedad la poseía yo, es
decir nunca lo había pensado. Ahora mis ganas de llorar eran enormes, no sabía
si contenerme o si llorar ahí mismo.
-Mañana temprano te trasladarán al hospital,
recoge tus cosas.
Asentí con la cabeza, me levanté y salí por
la puerta, ya no podía más, empecé a llorar, llorar como nunca lo había hecho
antes, me senté en el suelo, respiré hondo varias veces como nos habían
enseñado en una clase de autocontrol. Saqué un pañuelo del bolsillo, me limpié
las lágrimas y me levanté lentamente, sin prisa caminé hacia mi habitación, no
había nadie en ella, saqué la maleta y metí mis cosas con parsimonia, una vez
recogidas me acosté en la cama, me despertaron por la mañana la chica y el
chico que se encontraban en dirección, le conté a Marina lo que me había
ocurrido, me despedí de ella y salí del orfanato. Me monté en un coche y nos
dispusimos a ir al hospital.
-¿Cómo murieron tus padres?- Me preguntó la
chica.
-Mi madre murió en el parto, mi padre supongo
que se habría separado de ella al saber que estaba embarazada, de él no me
dijeron nada.
-Mis padres también murieron.-Dijo.- Los dos
murieron en un accidente de coche.- Vi cómo caía una lágrima por sus mejillas,
guardé silencio.
-Lo siento.- Dije.
Llegué al hospital, me enseñaron la
habitación, una sala blanca completamente, poseía una camilla, un armario y no contenía
ventanas, me contaron un poco la enfermedad, cómo habían sabido que la poseía,
me dijeron los tratamientos, los efectos secundarios, etc. Una vez acabaron, la
chica, me acompañó de vuelta a la habitación, estuvimos hablando un rato. Por
la noche volvió a la habitación.
-Yo también fui huérfana- Me aseguró – Poseí
cáncer y me trasladaron al mismo hospital donde tú te encuentras ahora, fueron
años muy duros, pensaba que iba a morir, pero estoy aquí contándote la historia
en pasado, superé la enfermedad al cabo de mucho tiempo, el día que me dieron
el alta, tenía ya veinticinco años, mi infancia la había vivido entre las
paredes del hospital, las únicas personas que había llegado a conocer eran
enfermeras y enfermeros dispuestos a estar ahí en cualquier momento, algunos
eran más simpáticos que otros. Aún recuerdo el día que salí del hospital,
llevaba un gorrito de lana para ocultar la calva, con la que ya me había acostumbrado
a vivir, corría por las calles de la ciudad, con los brazos extendidos,
sonriendo, respirando hondo, cuando me cansaba, me paraba, me sentaba en un
banco bebía agua y volvía a correr, me daba igual que me miraran, era libre, me
daba igual todo, ese mismo día decidí irme a vivir a una casita en medio de la
montaña, para poder respirar aire puro, y así lo hice, creo que fue un día
memorable, la casa contenía una piscina, cuando me sumergí en ella no sabía
nadar, nadie me había enseñado, decidí ponerme metas, aprender a nadar,
encontrar trabajo, casarme, hacer un grupo de amigos, ir a la universidad, etc…
pero fui lentamente, me apunté a clases de natación, encontré trabajo en un
supermercado donde encontré al amor de mi vida y me hice un gran grupo de
amigos, mientras estudiaba enfermería, decidí ayudar a niños y niñas con
enfermedades graves, conseguir salvarlos como me salvé yo, conseguir sacar una
sonrisa, que pudieran vivir la infancia, y yo te he elegido a ti quiero
conseguir que seas feliz y sé que lo vamos a conseguir.-Se emocionó.
-¿Vamos?
-Si tú eres la que quiere vivir, tienes que
creer que puedes, eso es lo que hace que todos los medicamentos hagan efecto,
la fe de que vas a salir adelante y la positividad siempre.
-Vale, saldré adelante con tu ayuda y con la
mía. – Dije sonriendo.
-Buenas noches Verónica.
-Llámame Vero, dije entornando los ojos y
susurrando.
-Buenas noches Vero.- Y se marchó
Al día siguiente vino con un gran desayuno,
leche, fruta, alguna que otra bollería y dos tostadas, charlamos durante un
rato y se marchó. Por la tarde volvió a venir, trajo todos los medicamentos e
inyecciones que me tocaban ese día, no me resistí a nada, quería ayudar, así
que me lo tomé en silencio. Por la noche vino a darme las buenas noches, me contó
parte de su vida, la que había vivido con sus padres, etc. Y se marchó.
Así pasaron casi cinco años, ya me había
acostumbrado a carecer de pelo y a otros efectos secundarios, ya tenía veinte
años casi veintiuno, esta tarde llegó un médico y Sabrina, la enfermera que
había estado allí todo este tiempo, venían sonrientes, esperaba buenas
noticias, Sabrina tenía los ojos rojos se notaba que había llorado, aun así
seguía igual de preciosa que siempre.
-Vero.-Dijo Sabrina.- Te voy a echar de
menos.
Sabía a qué se refería, empecé a llorar, pero
en este caso de emoción, este era el punto meta, me levanté, le di un abrazo
infinito.
-Gracias.
-A ti.
Salí corriendo a preparar la maleta, en tres
segundos estaba lista, vestida, con un gorrito de lana que me había regalado
Sabrina, el gorro que ella había llevado al salir, me lo regaló en un
cumpleaños, me dijo que sabía que me iba a hacer falta hace casi cinco años ya,
no estaba equivocada, era el día más feliz de mi vida, recordé lo que me había
dicho ella y sí, corrí todas las calles con los brazos extendidos, con los ojos
entornados, disfrutando el mundo. Me compré una casa en el monte, con piscina,
aprendí a nadar, encontré trabajo, fui a la universidad, estudié enfermería,
ella me dijo que así fue feliz, y yo quería ser feliz del mismo modo.
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